sábado, 7 de marzo de 2015

Los trastornos facticios

TRASTORNOS FACTICIOS

El denominado trastorno facticio se caracteriza porque los afectados crean mediante la manipulación furtiva de determinados órganos, partes de su cuerpo o funciones corporales la aparición de cuadros clínicos (facticios) que les hacen acudir de manera repetitiva a las consultas médicas y/u hospitales. Son “hiperfrecuentadores médicos”. Es decir que el paciente llega a autolesionarse para lograr determinados síntomas físicos movidos por un deseo de reconocimiento del personal médico.

Así, los afectados realizan las siguientes manipulaciones de manera escondida:
-cortes en la piel,
-introducción de objetos en su cuerpo (por ejemplo agujas) ,
-inyección de sustancias tóxicas, como bacterias, orina, leche, gasolina, zumo, polvos de talco.
-inyección de agentes infecciosos en genitales o vías urinarias,
-impedimento de cura de heridas, mediante rasgado o ensuciado,
 -mezcla de restos de sangre y/o heces en los análisis de orina para alterar los resultados,
-manipulación de anemia mediante sangrías autoinducidas,
-ingesta de antagonistas de vitamina K para manipular coagulación sanguínea,
-ingesta de drogas (grandes dosis de pasta de dientes para producir fiebre, cafeína para provocar taquicardias, aplicación de anticolinérgicos en el ojo para provocar cambios en las pupilas, entre muchas otras),
-manipulaciones mecánicas (golpes para producir hematomas, rascado de ojo para producir lesiones en la cornea,  quemaduras, aplicación de sustancias químicas),         
-fingen fuertes dolores y otros síntomas físicos o psíquicos.

La clave de estos trastornos es el padecimiento de una relación de abuso con su propio cuerpo, que se escenifica en una relación sado-masoquista con el médico. El trastorno relacional con el propio cuerpo y con el médico es primario y constante, mientras que la elección de órgano diana varía en un amplio abanico.

Este síndrome supone un reto enorme para los médicos, que deberán reconocer las incongruencias en la sintomatología, curso y diagnóstico del trastorno y descubrir la manipulación de pruebas/síntomas como origen del mismo. Establecer el diagnóstico de “trastorno facticio” es muy difícil para el personal médico; además, cuando los pacientes intuyen que van a ser descubiertos, ya no vuelven a acudir al mismo centro sanitario, por lo que es difícil seguirles el rastro.

La gravedad de este trastorno varía en un continuo desde muy grave -donde el riesgo para la supervivencia es obvio, pero también existen graves consecuencias debido a las manipulaciones mismas o, en ocasiones, debido a las intervenciones médicas, tales como amputaciones de miembros; hay pérdida de relaciones personales, pérdidas de empleo, adicción a sustancias - a leve (queja monosintomática, búsqueda de psicoterapia, manipulaciones corporales sin consecuencias que se curan por sí mismas).

En la biografía de los pacientes solemos encontrar que hubo graves abusos físicos durante la infancia.  Estudios muestras que al menos el 50% de los pacientes aquejados por este síndrome sufrieron abusos físicos severos en la infancia. Abusos reales (no amenazas o agresiones leves) que cursaron con fuerte dolor y lesiones corporales. Curiosamente, en muchas ocasiones los posteriores síntomas simulados recrean casi literalmente las agresiones sufridas en la infancia. Esto vale sobre todo para los abusos sexuales, que son especialmente difíciles de simbolizar. Los recuerdos de los abusos sufridos en el propio cuerpo no suelen ser conscientes sino que quedan escindidos y negados, inscritos en el cuerpo. La recreación de hemorragias, por ejemplo, nos dan pistas sobre un pasado de abusos sexuales.

Curiosamente, los pacientes suelen buscarse profesiones en las que manipulan cuerpos de manera “legal” y donde entrenan aquello que más adelante se infligirán a si mismos: extracción de sangre, dar medicamentos, inyectar sustancias… Suelen ser enfermeros, ayudantes de enfermería, personal de laboratorio, estudiantes de medicina. Casi nunca médicos. 

El rol que adoptan estos pacientes en la asistencia sanitaria también parece recrear la escena familiar: el médico es vivido como representante parental, el paciente ocupa la posición infantil y el cuadro clínico facticio coloca al paciente en la posición de víctima. 


EL SÍNDORME DE MÜNCHHAUSEN
Un ejemplo del trastorno facticio es el trastorno de Münchhausen.  El nombre proviene del Barón von Münchhausen: un barón alemán, que al volver de la guerra contaba historias fantásticas acerca de sus hazañas. Rudolph Eric Raspe se basó en él para escribir su novela, un hito de la literatura infantil. En ella, se narran increíbles historias, como que el barón se sacó a si mismo de un pantano tirándose de su propia coleta. 

Respecto al trastorno de Münchhausen, la presentación de los síntomas se basa casi siempre en los denominados “signos de alarma” en medicina: dolor, hemorragias, trastornos psiquiátricos y neurológicos como pérdida de conocimiento, convulsiones, suicidio. Los pacientes sugieren al médico la presencia de infarto de miocardio,  perforaciones estomacales, tuberculosis, sepsis… Generalmente se presentan ya mutilados iatrogénicamente a causa de intervenciones que van desde la laparotomía a la amputación. Hay pacientes a los que han retirado órganos, intervenido quirúrigicamente 7, 8, 9 veces, etc.

Los pacientes describen su infancia como caótica y traumática. Se repiten en el origen del trastorno experiencias de rupturas relacionales con objetos primarios durante los primeros años de vida, largas enfermedades físicas o mentales de los padres, largos periodos de hospitalización durante la infancia, crecer en un orfanato o cambios frecuentes en los hogares de acogida.

Psicodinámicamente vemos en la sintomatología un intento de superar narcisísticamente las insoportables experiencias tempranas de padres sádicos e inestables. Fracasa la integración de una negativa imagen de sí mismo y de los padres, y la experiencia de ser un hijo indeseado, incluso odiado, inadvertido, abusado que tiene padres desvalorizados e indeseables es demasiado dolorosa. En su lugar, se forma un mecanismo de defensa narcisista y los afectados buscan encontrar el rol de ser el centro de atención de la preocupación y esfuerzo del médico como pacientes/hijos. La sobrevaloración del médico interesado, entregado a curar al paciente grave en una suerte de romance narcisista, se convierte en lo más importante en la vida del paciente, que sufrió un abandono temprano y traumático, y le crea una fuerte dependencia. Cuando este idilio insostenible se rompe, la constelación se hace insoportable para el paciente que no en pocas ocasiones se desestabiliza en un brote psicótico, una grave despersonalización y un fuerte riesgo de suicidio.   

El pronóstico de estos pacientes es reservado, se ha de evitar futuras intervenciones quirúrgicas y se indica terapia a largo plazo con ingreso hospitalario.


EL SÍNDORME DE MÜNCHHAUSEN POR PODERES
Este subtipo de trastorno se diferencia en que aquí, el perpetrador no se inflige síntomas a sí mismo, si no a alguien que depende de él; en la mayoría de los casos, los hijos (aunque a veces algún  progenitor dependiente). Generalmente son madres (98% de los casos) que envenenan, entre otras cosas, poco a poco a sus propios hijos hasta a veces causarles la muerte. Es una forma grave de maltrato infantil.

Los padres generalmente no son partícipes de esta forma de violencia oculta, ya que dejan que sean las madres las que se ocupan exclusivamente de sus hijos y ellos, además, son dependientes de ellas como si fueran un hijo más. Normalmente, los padres  son intelectualmente inferiores a las madres y se subordinan a ellas.

A veces el maltrato comienza ya durante el embarazo y las futuras madres se exponen a repetidas pruebas, inventándose complicaciones del embarazo. Muchas veces este juego mortal continua cuando el bebe nace. Las madres están dominadas por una fantasía de que sus hijos están enfermos, son incapaces de sobrevivir, que no progresan y ellas se presentan ante los médicos como ángeles salvadores, madres abnegadas que únicamente desean el bien de sus hijos, que están vivos únicamente gracias a sus esfuerzos. Para esto, las madres inventan síntomas en diversos órganos o bien producen esta sintomatología secretamente.

Esta sintomatología suelen ser supuestas pérdidas de conocimiento, supuestas hemorragias, supuestas faltas de maduración. Un estudio llevado a cabo por Meadow analizó 31 casos de supuestas convulsiones: en dos tercios de los casos, la madre únicamente había informado de estas convulsiones y en un tercio de los casos, la madre había provocado estas convulsiones sofocando al hijo con sus propias manos o con un cojín o administrándoles altas dosis de sal.

La segunda mayor manipulación son las hemorragias espontaneas, donde la madre se saca sangre y la esparce en la comisura de los labios u otras aperturas corporales de los hijos o la mezclan con la orina y heces. Los médicos no suelen sospechar de esta posible manipulación y generalmente los niños son sometidos a una tortura de pruebas médicas.
                         
Otras veces las madres dicen que los niños no aumentan de peso aunque se alimenten bien. Cuando en realidad les están negando el acceso a comida, queriendo, por un lado, matar al hijo de inanición y por otro, llevándole al hospital mostrándose como una madre abnegada y preocupada.

Una cuarta parte de las madres inventa o manipula los valores de medida (mezclando algo en la orina o heces de los niños), mientras que ¾ de las madres manipulan directamente los cuerpos de los niños.  Un estudio dice que el 31 % de los niños fallecen. Cuanto más se tarda en diagnosticar la patología de la madre  y se aparta a los niños de ella, más probable es que el niño muera. Una vez hecho el diagnóstico hay que poner atención en los hermanos de la víctima que pueden ser a su vez víctimas también.

Para hacer el diagnóstico es importante observar lo siguiente que ocurre: el niño suele mejorar muy notablemente en sus estancias hospitalarias y empeora cuando vuelve a casa. La madre suele traer al niño al hospital y es, aparentemente, una madre ideal. Acepta cualquier prueba a la que se somete al niño sin rechistar y apoya incondicionalmente al personal sanitario. A veces se comporta como si fuese parte del personal. En muchas ocasiones, los niños participan simbióticos de esta situación.
Otros datos a tener en cuenta para sospechar de este trastorno son: reiterados síntomas de enfermedad, repetidas visitas al hospital o al médico, múltiples procedimientos sin que se establezca un diagnóstico exacto, aparición de enfermedad o muerte de hermanos, detección única o múltiple de sustancias inusuales en tejidos de órganos preservados y detección histológica de reiterados intentos de asfixia. (revista de Psicologia 32).


En la mente de la madre la relación con su hijo aparece escindida: Una parte vivencia al hijo como amenaza, que la quiere aniquilar, que solo pide pero nunca da; esta parte de la madre parece reconocer en el hijo a su propia madre. Enfermando secretamente a su hijo encuentra la solución. Ahora ya no es ella la que depende del humor del niño, si no al revés. Ahora es el niño el dependiente y la madre puede por fin realizar la fantasía de ser la enfermera/madre perfecta y encuentra en el hospital lo que necesita: comprensión y admiración. Por lo menos, hasta que se da con el diagnóstico.

Parece que los estudios muestran que las propias madres fueron en su infancia víctimas de frecuentes visitas a médicos y operaciones de dudosa índole. Se habla entonces de “Síndrome de Münchhausen por poderes de segunda generación”. La transmisión generacional de la violencia infantil cuenta asimismo con mucha evidencia en otras formas de violencia: sabemos que el 50% de las hijas sexualmente abusadas tienen madres que igualmente sufrieron abuso sexual; y así el 40% de los hombres perpetradores.

Sabemos que en muchas ocasiones, las víctimas se convierten en  perpetradores/abusadores, ya que no han tenido ocasión de interiorizar a una madre o a un padre bueno. Solo pueden dar lo que recibieron. Y así se forman dinastías destructivas. Mientras que las mujeres suelen dañarse a si mismas o a su prole, los hombres van por otros derroteros. Probablemente el hijo abusado vaya a exteriorizar la violencia vivida: El hijo que recibió la paliza del padre ya no quiere sentirse más indefenso, y se buscará víctimas sobre las que descargar su rabia y su indefensión. Por esta razón encontramos a las mujeres más frecuentemente en las instalaciones psiquiátricas y a los hombres en las cárceles. Y por esta razón es doblemente importante frenar esta sucesión de violencia y salvar no solo a la víctima actual, si no también a las futuras víctimas y perpetradores.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

What is psychoanalysis?

Generally speaking, psychoanalysis tries to understand: to understand the underlying mental processes, such as: Why do I fear? Why am I obsessed with certain things/ideas/images? Why do I keep seeking certain types of relationships? Why can I not quit smoking?

It tries to put words where there are only symptoms, making conscious what is not, finding meaning.

At first the analyst has several preliminary interviews with the patient, normally between three and five sessions; with the information the analyst gathers, he will make a diagnosis and offer a specific treatment plan.

Within psychoanalysis there are several ways of working depending on the patient, their disorder and their underlying personality structure. On one hand, there is the so-called psychoanalytic psychotherapy, which is held face-to-face once or twice a week. On the other hand, we have psychoanalysis itself. Here, the patient lies on the couch and sessions are held three to four times a week. Often the idea of ​​lying on the couch scares patients, so working face-to-face would be the initial phase. When the patient’s confidence in the therapist increases, it may be possible to change from a psychoanalytic psychotherapy to psychoanalysis. Lying on the couch, with the therapist sitting behind the patient, provides the patient with more freedom to talk without having to take into account the facial expression of the analyst. They can more easily associate and are able to remember things long forgotten, which in turn, provides more access to their own personal history.

The basic rule of psychoanalysis is that the patient has to say everything that goes through their mind, even though it seems that it is not important, embarrassing or unpleasant. They can talk about anything they want: about the past, present, future, fantasies, anecdotes, etc. Everything the patient says is important for the analyst, who maintains an “unconscious listening”, called floating attention. Psychoanalysis offers patients a different kind of listening; a bias-free listening, a listening that allows the therapist to hear the different levels in the patient's discourse, beyond their symptoms. 

In the healing process, the psychoanalyst will be guiding the patient, questioning him, pointing out contradictions, lapses and interpreting them.  The psychoanalyst tells the patient what is unknown to them, but what the patient has transmitted through lapses, dreams, fantasies, etc., revealing their unconscious. This way the patient feels relieved from the burden within them.


A crucial issue in psychoanalysis is the relationship that develops between therapist and patient, called transference. Through the continuity of the sessions, the patient unconsciously recreates past and current relational aspects and their issues. These aspects will be collected by the therapist, who will provide the patient with a new relational experience. These new experiences are what lead to changes in the patient. Therefore, psychoanalysis is not exclusively a "talking cure."

miércoles, 27 de agosto de 2014

¿Qué juguetes necesita mi hijo?

A través del juego, los niños no sólo exploran, se divierten y aprenden a relacionarse con lo que les rodea, si no que se ven continuamente inmersos en un mundo de fantasías, en el que “juegan” con la realidad, la deforman, la crean. Este proceso está en la base de la futura capacidad creativa y en la base de la personalidad de toda persona.

Dada la importancia del juego, los padres muchas veces se preguntan qué deben comprar para fomentar el juego en sus hijos. Existe un amplia oferta lúdica para nuestros pequeños; en las tiendas vemos con estupor cómo fila tras filas, los juguetes se aglomeran sobre cargadas estanterías. Los padres y abuelos se quedan asombrados, perplejos y no saben qué juguete les conviene, ni cuántos.

En primer lugar, hemos de tener en cuenta que la capacidad de atención y de concentración de los más pequeños es limitada y el riesgo de sobreestimularles grande. Por ello, si el bebé se ve rodeado por montañas de juguetes, estará constantemente viendo y deseando otro objeto que podría ser aún más interesante que el que tiene entre manos; habremos entonces impedido que el niño pueda explorar con tranquilidad los objetos que tiene. Intentemos evitar volcar la caja de juguetes frente al niño, más bien permitámosle ir sacándolos él mismo a su antojo. Cuando veamos que los juguetes se van acumulando en el suelo, los podremos retirar poco a poco y guardar de nuevo en la caja; así tu pequeño podrá a explorar al máximo las posibilidades de cada juguete y no perderse en un mar de objetos.

A veces los niños se aburren de un determinado juguete. Podemos guardarlo en el armario y volver a sacarlo pasadas unas semanas ¡y veréis como el “viejo” juguete vuelve a ser interesantísimo para el pequeño!

Hacia el final del primer año el niño se interesa mucho por el medio que le rodea. Los objetos cotidianos se vuelven de sumo interés; por ejemplo, la cocina y sus utensilios se convierten en un paraíso para la curiosidad del bebé. Podrías rellenar los cajones más bajos de la cocina a los que alcance tu pequeño con objetos que no puedan dañarle:  ollas pequeñas, paños, cucharones, tuppers, etc. Él podrá abrir los cajones e ir descubriéndo qué hay en ellos!

La hora del paseo también puede convertirse en una auténtica expedición! Palos, hojas, piedrecitas, arena, nada pasará desapercibido para tu pequeño.

Incluso la comida tiene cierto componente lúdico y es importante que los niños puedan tener un espacio para “jugar” con la comida y descubrir sus características: la húmedad del arroz que se pega a sus deditos, la pasta que se escurre, el trozo de manzana duro. Los más pequeños pueden aprender a comer con los dedos antes de ser capaces de vérselas con un tenedor!

Por todo esto, concluimos que es innecesario hacer grandes inversiones en juguetes. Bastaría con tener un osito de peluche, unos cuenquitos, una pelota suave, un sonajero, libros con dibujos, un teléfono de juguete que haga ruidos al apretar botones. ¡No sólo ahorramos gastarnos dinero inútilmente, sino que apoyamos el desarrollo óptimo y creativo de nuestros hijos!


miércoles, 20 de agosto de 2014

Cortes en la piel


Con cierta frecuencia acuden a la consulta pacientes, en su mayoría chicas jóvenes, que se realizan cortes en la piel con cuchillas de afeitar u otros objetos punzantes. O que se realizan graves quemaduras en la piel. Autolesiones lo llamamos: se infligen dolor a ellas mismas.

La piel es nuestro revestimiento más externo, nuestra última capa que delimita nuestro cuerpo, nuestro yo, de lo externo. El corte en la piel simboliza un límite; pero un límite roto o una búsqueda incesante del límite. Con frecuencia, las personas que se autolesionan han sufrido graves asaltos a sus propios límites, han sido humillados, pegados o abusados sexualmente, a veces por los propios padres quienes en realidad deberían cuidarles. Aunque no siempre encontramos en las historias personales pasajes de extrema gravedad; a veces bastan unas pocas experiencias moderadas. Pero una y otra vez han tenido que vivenciarlo: no existen los límites. No hay límites entre el Yo y los Otros, no hay límites generacionales. Y ante la falta de límite el quantum de angustia aumenta hasta ser insoportable, el dolor psíquico se vuelve insoportable.

Y con el corte  llega el alivio; el alivio de esa tensión insoportable, una tensión pujante, agobiante. El corte abre una vía, literalmente, y la sangre comienza a fluir. Una sangre caliente que tiñe de rojo la piel. Un calor que acompaña. Una herida abierta que ha de ser curada. Y con un poco de agua oxigenada y una venda, se cubre la herida. Ella misma. Porque las autolesiones también implican autocuidados. Qué añoranza de alguien que da calor, que protege, que cura. Alguien que cura las heridas.