TRASTORNOS FACTICIOS
El denominado
trastorno facticio se caracteriza porque los afectados crean mediante la
manipulación furtiva de determinados órganos, partes de su cuerpo o funciones
corporales la aparición de cuadros clínicos (facticios) que les hacen acudir de
manera repetitiva a las consultas médicas y/u hospitales. Son “hiperfrecuentadores
médicos”. Es decir que el paciente llega a autolesionarse para lograr
determinados síntomas físicos movidos por un deseo de reconocimiento del
personal médico.
Así, los
afectados realizan las siguientes manipulaciones de manera escondida:
-cortes en la
piel,
-introducción de
objetos en su cuerpo (por ejemplo agujas) ,
-inyección de sustancias
tóxicas, como bacterias, orina, leche, gasolina, zumo, polvos de talco.
-inyección de
agentes infecciosos en genitales o vías urinarias,
-impedimento de
cura de heridas, mediante rasgado o ensuciado,
-mezcla de restos de sangre y/o heces en los
análisis de orina para alterar los resultados,
-manipulación
de anemia mediante sangrías autoinducidas,
-ingesta de
antagonistas de vitamina K para manipular coagulación sanguínea,
-ingesta de
drogas (grandes dosis de pasta de dientes para producir fiebre, cafeína para
provocar taquicardias, aplicación de anticolinérgicos en el ojo para provocar
cambios en las pupilas, entre muchas otras),
-manipulaciones
mecánicas (golpes para producir hematomas, rascado de ojo para producir
lesiones en la cornea, quemaduras,
aplicación de sustancias químicas),
-fingen fuertes
dolores y otros síntomas físicos o psíquicos.
La clave de estos
trastornos es el padecimiento de una relación de abuso con su propio cuerpo,
que se escenifica en una relación sado-masoquista con el médico. El trastorno
relacional con el propio cuerpo y con el médico es primario y constante,
mientras que la elección de órgano diana varía en un amplio abanico.
Este síndrome
supone un reto enorme para los médicos, que deberán reconocer las
incongruencias en la sintomatología, curso y diagnóstico del trastorno y
descubrir la manipulación de pruebas/síntomas como origen del mismo. Establecer
el diagnóstico de “trastorno facticio” es muy difícil para el personal médico;
además, cuando los pacientes intuyen que van a ser descubiertos, ya no vuelven
a acudir al mismo centro sanitario, por lo que es difícil seguirles el rastro.
La gravedad de
este trastorno varía en un continuo desde muy grave -donde el riesgo para la
supervivencia es obvio, pero también existen graves consecuencias debido a las
manipulaciones mismas o, en ocasiones, debido a las intervenciones médicas,
tales como amputaciones de miembros; hay pérdida de relaciones personales,
pérdidas de empleo, adicción a sustancias - a leve (queja monosintomática,
búsqueda de psicoterapia, manipulaciones corporales sin consecuencias que se
curan por sí mismas).
En la biografía
de los pacientes solemos encontrar que hubo graves abusos físicos durante la
infancia. Estudios muestras que al menos
el 50% de los pacientes aquejados por este síndrome sufrieron abusos físicos
severos en la infancia. Abusos reales (no amenazas o agresiones leves) que
cursaron con fuerte dolor y lesiones corporales. Curiosamente, en muchas
ocasiones los posteriores síntomas simulados recrean casi literalmente las
agresiones sufridas en la infancia. Esto vale sobre todo para los abusos
sexuales, que son especialmente difíciles de simbolizar. Los recuerdos de los
abusos sufridos en el propio cuerpo no suelen ser conscientes sino que quedan
escindidos y negados, inscritos en el cuerpo. La recreación de hemorragias, por
ejemplo, nos dan pistas sobre un pasado de abusos sexuales.
Curiosamente,
los pacientes suelen buscarse profesiones en las que manipulan cuerpos de
manera “legal” y donde entrenan aquello que más adelante se infligirán a si
mismos: extracción de sangre, dar medicamentos, inyectar sustancias… Suelen ser
enfermeros, ayudantes de enfermería, personal de laboratorio, estudiantes de
medicina. Casi nunca médicos.
El rol que
adoptan estos pacientes en la asistencia sanitaria también parece recrear la escena
familiar: el médico es vivido como representante parental, el paciente ocupa la
posición infantil y el cuadro clínico facticio coloca al paciente en la
posición de víctima.
EL SÍNDORME DE
MÜNCHHAUSEN
Un ejemplo del
trastorno facticio es el trastorno de Münchhausen. El nombre proviene del Barón von Münchhausen: un barón alemán, que al volver de la guerra contaba historias fantásticas
acerca de sus hazañas. Rudolph Eric Raspe se basó en él para escribir su
novela, un hito de la literatura infantil. En ella, se narran increíbles
historias, como que el barón se sacó a si mismo de un pantano tirándose de su propia
coleta.
Respecto al
trastorno de Münchhausen, la presentación de los síntomas se basa casi siempre en
los denominados “signos de alarma” en medicina: dolor, hemorragias, trastornos
psiquiátricos y neurológicos como pérdida de conocimiento, convulsiones,
suicidio. Los pacientes sugieren al médico la presencia de infarto de
miocardio, perforaciones estomacales,
tuberculosis, sepsis… Generalmente se presentan ya mutilados iatrogénicamente a
causa de intervenciones que van desde la laparotomía a la amputación. Hay
pacientes a los que han retirado órganos, intervenido quirúrigicamente 7, 8, 9
veces, etc.
Los pacientes
describen su infancia como caótica y traumática. Se repiten en el origen del
trastorno experiencias de rupturas relacionales con objetos primarios durante
los primeros años de vida, largas enfermedades físicas o mentales de los
padres, largos periodos de
hospitalización durante la infancia, crecer en un orfanato o cambios frecuentes
en los hogares de acogida.
Psicodinámicamente
vemos en la sintomatología un intento de superar narcisísticamente las
insoportables experiencias tempranas de padres sádicos e inestables. Fracasa la
integración de una negativa imagen de sí mismo y de los padres, y la
experiencia de ser un hijo indeseado, incluso odiado, inadvertido, abusado que
tiene padres desvalorizados e indeseables es demasiado dolorosa. En su lugar,
se forma un mecanismo de defensa narcisista y los afectados buscan encontrar el
rol de ser el centro de atención de la preocupación y esfuerzo del médico como
pacientes/hijos. La sobrevaloración del médico interesado, entregado a curar al
paciente grave en una suerte de romance narcisista, se convierte en lo más
importante en la vida del paciente, que sufrió un abandono temprano y traumático,
y le crea una fuerte dependencia. Cuando este idilio insostenible se rompe, la
constelación se hace insoportable para el paciente que no en pocas ocasiones se
desestabiliza en un brote psicótico, una grave despersonalización y un fuerte riesgo
de suicidio.
El pronóstico
de estos pacientes es reservado, se ha de evitar futuras intervenciones
quirúrgicas y se indica terapia a largo plazo con ingreso hospitalario.
EL SÍNDORME DE
MÜNCHHAUSEN POR PODERES
Este subtipo de
trastorno se diferencia en que aquí, el perpetrador no se inflige síntomas a sí
mismo, si no a alguien que depende de él; en la mayoría de los casos, los hijos
(aunque a veces algún progenitor
dependiente). Generalmente son madres (98% de los casos) que envenenan, entre
otras cosas, poco a poco a sus propios hijos hasta a veces causarles la muerte.
Es una forma grave de maltrato infantil.
Los padres
generalmente no son partícipes de esta forma de violencia oculta, ya que dejan
que sean las madres las que se ocupan exclusivamente de sus hijos y ellos,
además, son dependientes de ellas como si fueran un hijo más. Normalmente, los
padres son intelectualmente inferiores a
las madres y se subordinan a ellas.
A veces el
maltrato comienza ya durante el embarazo y las futuras madres se exponen a
repetidas pruebas, inventándose complicaciones del embarazo. Muchas veces este
juego mortal continua cuando el bebe nace. Las madres están dominadas por una
fantasía de que sus hijos están
enfermos, son incapaces de sobrevivir, que no progresan y ellas se presentan ante los médicos como ángeles
salvadores, madres abnegadas que únicamente desean el bien de sus hijos, que
están vivos únicamente gracias a sus esfuerzos. Para esto, las madres inventan
síntomas en diversos órganos o bien producen esta sintomatología secretamente.
Esta sintomatología
suelen ser supuestas pérdidas de conocimiento, supuestas hemorragias, supuestas
faltas de maduración. Un estudio llevado a cabo por Meadow analizó 31 casos de
supuestas convulsiones: en dos tercios
de los casos, la madre únicamente había informado de estas convulsiones y en un tercio de los casos, la madre había
provocado estas convulsiones sofocando al hijo con sus propias manos o con un
cojín o administrándoles altas dosis de sal.
La segunda
mayor manipulación son las hemorragias espontaneas, donde la madre se saca
sangre y la esparce en la comisura de los labios u otras aperturas corporales
de los hijos o la mezclan con la orina y heces. Los médicos no suelen sospechar
de esta posible manipulación y
generalmente los niños son sometidos a una tortura de pruebas médicas.
Otras veces las
madres dicen que los niños no aumentan de peso aunque se alimenten bien. Cuando
en realidad les están negando el acceso a comida, queriendo, por un lado, matar
al hijo de inanición y por otro, llevándole al hospital mostrándose como una
madre abnegada y preocupada.
Una cuarta parte de las madres inventa o manipula los
valores de medida (mezclando algo en la orina o heces de los niños), mientras
que ¾ de las madres manipulan directamente los cuerpos de los niños. Un estudio dice que el 31 % de los niños
fallecen. Cuanto más se tarda en diagnosticar la patología de la madre y se aparta a los niños de ella, más
probable es que el niño muera. Una vez hecho el diagnóstico hay que poner
atención en los hermanos de la víctima que pueden ser a su vez víctimas también.
Otros datos a tener en cuenta para sospechar de este trastorno son: reiterados síntomas de enfermedad, repetidas visitas al hospital o al médico, múltiples procedimientos sin que se establezca un diagnóstico exacto, aparición de enfermedad o muerte de hermanos, detección única o múltiple de sustancias inusuales en tejidos de órganos preservados y detección histológica de reiterados intentos de asfixia. (revista de Psicologia 32).
En la mente de
la madre la relación con su hijo aparece escindida: Una parte vivencia al hijo
como amenaza, que la quiere aniquilar, que solo pide pero nunca da; esta parte
de la madre parece reconocer en el hijo a su propia madre. Enfermando
secretamente a su hijo encuentra la solución. Ahora ya no es ella la que
depende del humor del niño, si no al revés. Ahora es el niño el dependiente y la
madre puede por fin realizar la fantasía de ser la enfermera/madre perfecta y
encuentra en el hospital lo que necesita: comprensión y admiración. Por lo
menos, hasta que se da con el diagnóstico.
Parece que los
estudios muestran que las propias madres fueron en su infancia víctimas de frecuentes
visitas a médicos y operaciones de dudosa índole. Se habla entonces de
“Síndrome de Münchhausen por poderes de segunda generación”. La transmisión generacional de
la violencia infantil cuenta asimismo con mucha evidencia en otras formas de
violencia: sabemos que el 50% de las hijas sexualmente abusadas tienen madres
que igualmente sufrieron abuso sexual; y así el 40% de los hombres
perpetradores.
Sabemos que en
muchas ocasiones, las víctimas se convierten en
perpetradores/abusadores, ya que no han tenido ocasión de interiorizar a
una madre o a un padre bueno. Solo pueden dar lo que recibieron. Y así se
forman dinastías destructivas. Mientras que las mujeres suelen dañarse a si
mismas o a su prole, los hombres van por otros derroteros. Probablemente el
hijo abusado vaya a exteriorizar la violencia vivida: El hijo que recibió la
paliza del padre ya no quiere sentirse más indefenso, y se buscará víctimas sobre
las que descargar su rabia y su indefensión. Por esta razón encontramos a las
mujeres más frecuentemente en las instalaciones psiquiátricas y a los hombres
en las cárceles. Y por esta razón es doblemente importante frenar esta sucesión
de violencia y salvar no solo a la víctima actual, si no también a las futuras
víctimas y perpetradores.